Obsequio
El viernes es mi cumpleaños y solo quiero una cosa. No se lo he dicho a nadie, pero llevo pensando en esto desde hace un tiempo y la verdad es que no lo veo tan improbable. A pesar de que por nada del mundo me atrevo a confesarlo. Ayer en el almuerzo fui a la cafetería y la cajera tenía uñas postizas filosas color blanco. Me resultaron casi hipnotizantes y cuando puso las monedas del cambio justo en el centro de mi mano sentí un correntazo por el brazo. Una vez más pensé en mi deseo y volví a caer en el espiral casi infinito del anhelo. No tenía idea de cómo conseguir que sucediera y a esta edad ya nadie me da regalos. Aunque yo siempre me doy obsequios, siempre. Así pasé otro día más, igual que el anterior. Más trabajo y en la noche ramen noodles, escuchar música y dormir.
Faltaban dos días para mi cumpleaños y todavía no sabía qué hacer. Parezco un niño pensando en estas cosas, pero es que siempre me ha gustado celebrar las ocasiones de alguna manera. Otra vez me encontraba en mi balcón, después de un día largo, observando la tarde, tomando whiskey y escuchando música. Desde hace un año he cogido la costumbre de escuchar discos durante las tardes o las noches para mantenerme relajado. Ahora sonaba White Rabbit de Jefferson Airplane y se me ocurrió de repente que quizás esta vez pudiera pasarlo en algún sitio elegante, para variar. Poco a poco se iba revelando el panorama.
Hoy ya es viernes y voy a ir al casino del hotel a jugar a la ruleta mientras fumo cigarrillos. Encontré mi traje azul marino y mis zapatos de cuero color marrón. En la entrada pensé que quizás pudiera intentar ser un personaje y que ese personaje no titubeara en pedir sus deseos. Todavía lo estaba considerando cuando me senté en una de las mesas y puse mi apuesta sin analizar muchísimo. Dos minutos después tenía el doble y respiré hondo para calmar mi impresión. Con esta nueva energía bien pudiera ser otra persona por lo que resta de día. A mi lado se sentó una mujer que parecía como de mi edad. Vestía un traje color negro y enseguida se pidió un trago. Tenía las uñas largas y filosas color blanco como las de la cajera de la cafetería. Miré un poco de reojo para confirmar si era ella pero no lo era. Terminé apostando por la fecha del día, los números 11, 10 y 12. La escuché reírse discretamente y luego puso su apuesta junto a la mía en el número 11. Dos minutos después teníamos el doble. Sin duda la bola había caído en el número 11. Nos miramos y sonreímos como si estuviésemos en una alianza. Su semblante me pareció el complemento perfecto para las uñas blancas y filosas de sus manos delgadas. Dudé en continuar, pero las apuestas empezaron nuevamente y vi que ella apostó al 10 y al 2. El 2 es mi número favorito y sentí un impulso de seguirla en esta ronda. Dos minutos después teníamos el doble. El 2 nos dio fruto y lo recogimos con mucho gusto. Sentí su zapato contra mi pierna y me quedé inmóvil. No sabía quién era esta mujer, pero no quise romper ese minúsculo punto de contacto. Al momento de las apuestas la sentí mirarme como en espera de mi movida. Aposté al 22 y al 38. Uno de esos era mi nueva edad. Ella apostó al 32 y me acompañó en el 38. Dos minutos después teníamos el doble. El croupier nos miró y yo me empecé a poner nervioso. Decidí retirar mis fichas y cambiarlas por mi nuevo dinero. Le avisé a mi vecina que iba a estar en el restaurante y la invité a acompañarme cuando quisiera.
Allá en la mesa del restaurante seguía recordando las jugadas en la ruleta y la magia de las circunstancias. Me quedé pensando en las uñas blancas y filosas de mi vecina desconocida. ¿Pudiera ella cumplir mi deseo? ¿La volveré a ver? Decidí probar langosta por primera vez y cuando llegó me la comí como en un trance. No existía nada más en mi mundo que no fuese mi plato. No podía creer que había esperado tanto para probar tal delicadeza. Cuando terminé de comer recién empezaba a caer el atardecer y decidí rentar un cuarto. Fui a mi apartamento a buscar lo necesario y regresé en menos de una hora. Me cambié a una ropa más cómoda y salí a caminar a la playa un rato. No vi a la mujer por ningún lugar, pero la seguía recordando al lado mío en el casino, su presencia bien conectada con la mía. Por un momento consideré que a lo mejor a ella le gustaría cumplir mi deseo y casi lo pude saborear. También consideré que a lo mejor ese no era el caso, quién sabe. No pasó por el restaurante, probablemente se olvidó, o estaba con alguien o simplemente así lo decidió. Pensar en alguien que no conoces es como un tipo de ejercicio mental. Tantos blancos que llenar, tantas posibilidades para imaginar, cada una con su cadena de eventos inevitables. Concluí que era mejor no romperse la cabeza esta vez.
Cuando llegó la noche me fui al balcón de mi cuarto a escuchar música y a tomar vino. Al final es un día como cualquier otro, solo que es mi cumpleaños y me masturbé en el balcón mientras escuchaba a The Ramones. Después ordené un ceviche por servicio a la habitación y me lo comí mientras iba por los canales del televisor. Nunca he sido de sentarme a ver cosas por mucho tiempo, al rato la mente me pide regresar a su flujo habitual. Por eso tan pronto terminé de comer lo apagué y me fui a dar un baño. De repente me sentí muy cansado y me fui a dormir sin mirar el reloj.
Lo próximo que recuerdo es que estaba acostado en la cama de mi cuarto del hotel y la mujer del casino me miraba desde la puerta. La tenue luz de la luna que se filtraba entre los finos paneles de la cortina corrediza no me alcanzaba para divisar bien su cara pero sabía que era ella. Tenía las mismas uñas, pero ahora brillaban con un resplandor trascendental y no podía parar de mirarlas. Cayó sentada sobre mí y vi en cámara lenta sus uñas acercarse a mi brazo. Sentí la anticipación hacerse tan grande como las montañas y cuando su dedo índice empezó a subir por mi brazo izquierdo explotó en las cosquillas más electrificantes que haya podido imaginar en toda mi existencia. Fue un éxtasis de electricidad que se movió por toda mi piel, por mi espalda, por mis brazos, por mi pecho, por mis piernas, por mis pies y hasta por todo mi cráneo. Sentí el trazo exacto de cada una de sus uñas y el peso de su cuerpo sobre el mío. La trayectoria de sus dedos dejaba detrás una huella vibrante que terminó por cubrirme entero. Vi una mezcla de algo parecido a fuegos artificiales y puntos radiantes de muchos colores. Hasta que se esclarecieron y volví a ver a la mujer sentada sobre mí con la mirada directa en mis ojos. Tomó mi mano y lamió suavemente el espacio entre el pulgar y el índice. Me sorprendió sentir una leve excitación por este gesto tan aleatorio e introduje mis dedos en su boca. Recuerdo la humedad pegajosa de sus labios como si tuviera chap stick y la sensación de sus contornos en mi pulgar. Mis dedos se adentraron en su pelo oscuro y llevé mi cara contra su cabeza. Desperté justo después a las 6:43am y no me moví. Con la vista en el techo repasé los sucesos que acababa de experimentar. Me encontraba atontado por tanta sensación, pero estimulado por tanta peculiaridad. Mi deseo se había cumplido. Una vez lo entendí me senté y me eché a reír. Abrí la puerta del balcón y salí a mirar el océano, a pensar en mi próximo obsequio.