Prank Calls (Número desconocido)
Parte 1
Estaba viendo un episodio de alguna serie cuando se me ocurrió la idea de hacer algo inesperado. El país lleva mes y medio en cuarentena por pandemia y yo 36 horas frente al televisor por su gran capacidad para la hipnosis. Pero quizás no todo está perdido. En el episodio que estaba viendo varios personajes estaban haciendo prank calls. Me imaginé haciendo una llamada de esas y me puse nerviosa nada más de pensarlo. No soy muy buena, pierdo la compostura, me lo tomo muy personal. Cuando pequeña recuerdo que era diferente y me atreví a llamar a varios muchachos que me gustaban sin que me conocieran. Lo único que hacía cuando contestaban el teléfono era preguntar por alguien que sabía que no existía. Todo eso solo para tener tres segundos de interacción. Ahora que lo pienso mejor, eso ni siquiera eran bromas. Una broma es llamar y decir que estás vendiendo juguetes sexuales o algo así. Mi concepto de bromas telefónicas es muy limitado. Pasé los próximos 10 minutos convenciéndome de que un prank call era todo lo que tenía que hacer para salirme de mi comfort zone. Yo nunca llamaría a alguien a las 3 de la mañana para una payasada, así que precisamente por eso debía hacerlo esta próxima madrugada.
Tenía que ingeniar cuál sería la broma y a quién se la iba a hacer. Pensaría que este proceso sería bastante fácil y que pudiera simplemente llamar a alguien bastante conocido, pero no me atrevía llamar a absolutamente nadie. Al final decidí mejor no planificar nada. Tenía la sensación de que podía hacer cualquier cosa, que el mundo estaba a mi descabellada disposición si así lo quería. ¿Por qué no llamar a un (des)conocido a las 3 de la mañana?
Apagué el televisor antes de que se me ocurriera otra idea y me fui a dormir. Puse una alarma para las 2:57am. A las 2:58am abrí los contactos en mi celular con un cosquilleo en el pecho. Deslicé el pulgar hacia arriba y los nombres empezaron a rodar. Lo detuve al azar como en juego de máquina tragamoneda y el nombre de Ricardo quedó pinchado debajo de mi pulgar. Ricardo suele poner videos de las explosiones de sus montajes de escombros con bombas caseras en sus stories de Instagram. Por ahí mismo he visto que tiene un caballo color marrón chocolate al que le gusta llevar a algún río en los atardeceres. Es flaco de cara aindiada y pelo negro lacio que le llega a los cachetes. Creo que lo conocí en Río Piedras, pero no recuerdo cómo es que tengo su numero. Empezaba con 939. A las 3 en punto presioné el nombre y me lleve el teléfono al oído.
Parte 2
El teléfono sonó tres veces.
“Buenas tardes.” Contestó la voz.
“Hola señor Ricardo. Mi nombre es Haydee Nieves y trabajo para Thicc Romance. Una persona allegada a usted se deleita con nuestros productos y me refirió su contacto. Piensa que a usted le pudieran interesar nuestros productos y servicios. ¿Le gustaría conocer nuestras ofertas?” Se tardó un poco en contestar y en ese espacio noté mi estómago revuelto.
“Ok suena bien. Pero dime, ¿qué lubricantes tienen?”
“Eh..sí como no. Ok señor Ricardo… Para empezar tenemos una gran gama de dildos, todos bien thicc, ese es nuestro compromiso. Con su primera compra le regalamos dos DVD’s con los mejores momentos de las mejores estrellas de nuestro estudio. También incluímos un cinquillo de peri… ¡¡Ajajajajajajaja!!”
No pude, no pude más. Mardita sea cuando se me ocurrió involucrar el perico en el momento en que necesitaba mi seriedad. Esa palabra siempre me da risa. Me reí a boca suelta sentada en la cama. Había bajado la mano que sujetaba el teléfono y ya no lo tenía en el oído. Cuando me recuperé pensé que seguramente Ricardo ya había enganchado, pero cuando miré la pantalla la llamada todavía estaba corriendo. ¿Y ahora qué? ¿Enganchaba yo? Me llevé el teléfono otra vez al oído y dije hello.
“Sabía que ibas a flaquear. Y no me contestaste lo de los lubricantes, estaba bien interesado. Lo del perico estuvo bueno.” Escuché su risa por el teléfono y me reí también. Ya te dije, esa palabra me descontrola. Y no es ni porque lo huelo, porque no lo huelo. Es simplemente una cuestión de fonética.
“Lo sé, pero está bien, lo que importa es que lo hice.”
“¿Te están pagando por hacer esto?”
“No, pero lo tenía que hacer.”
“Bueno pues excelente servicio. Nos vemos entonces.”
“¿Qué haces?”
“Voy a colgar.”
“Me refiero a qué hacías antes de que te llamara. No suenas dormido. De hecho suenas inusualmente alerta para la hora.”
“Me estaba preparando para salir.”
“Oh… ok… pero hay toque de queda.”
“Eso quizás es allá donde tu vives, acá no hay policías.”
“¿Y a dónde es que vas?”
“Por supuesto que no te voy a decir.”
“Ok.”
“Ahora sí me tengo que ir.”
“Ok bye.”
Parte 3
Al otro día lo volví a llamar a las 3 de la mañana. El teléfono sonó tres veces.
“Cuartel general, ¿cuál es la emergencia?” Contestó una voz bastante diferente a la de ayer. Me dio una punzada en el pecho y miré rápido la pantalla del celular. En efecto, estaba llamando a Ricardo y el mambo llevaba corriendo 4 segundos. Pensé en colgar.
“Sí…um… Estoy llamando porque sé de alguien que está violentando el toque de queda y está saliendo de noche tarde a estar por ahí.” Una ola de risa quiso pasarme por encima, pero me pinché duro con los dientes la parte interior de mi labio inferior. Cuando de verdad no me quiero reír hago ese truco y casi siempre funciona. Excepto… bueno.
“¿Conoce los detalles de la persona?”
“Se llama Ricardo Roble, vive al lado de mis abuelos en el sector Los Bravos. Sale de madrugada con un bulto que se ve pesado y siempre va vestido de negro.”
“¿A qué hora de la madrugada?”
“Tres.”
“¿Cuán frecuente?”
“Todas las noches.”
“¿Y cómo se llama usted?”
“...Haydee.”
“Ok Haydee, voy a enviar una patrulla a rondar por el área, quédese tranquila, buenas noches.”
“Muchas gracias.” Silencio por varios segundos.
“¿A dónde saliste anoche?” Tan pronto hice la pregunta lo escuché reírse.
“¿De verdad me vas a denunciar?” Volvió a reírse. Era una carcajada ligera y genuina.
“No.” Le dije y me reí yo también.
“No sé me dio curiosidad, ¿qué hace alguien por ahí tarde en la noche, en medio de una pandemia, en cuarentena, con toque de queda?”
“¿No sales de tu casa?”
“Bueno sí, pero por el día, cuando se puede.”
“Pues yo salgo por la noche y también se puede.”
“¿Me vas a decir?”
“Fui a caminar por ahí. El ritual satánico de esta semana se movió para otro tránsito más favorable. De todos modos no encontramos un bebé.”
“Ugh, no pensaba que se estaban haciendo a estas alturas, voy a tener que llamar al cuartel de nuevo.”
“Jaja a eso sí que no le hacen caso.”
“La verdad es que me da mucha curiosidad salir a estas horas y pasear por ahí, mirar cómo se ve un país desértico. Pero soy muy pendeja, sé que no lo voy a hacer.” Ricardo no dijo nada.
“Acaba de empezar a llover fuerte. He estado loca por mojarme en la lluvia, pero no así.”
“¿Y qué pasa? Sal y mójate, la lluvia es ahora. A que no lo haces.”
“Ahora no.”
“Pues entonces no vas a dejar de ser pendeja y tampoco vas a romper el toque de queda.” Con eso último que dijo se me fue rodando otra canica dentro del cerebro y sentí el impulso latente de salir a mojarme en esa lluvia fuerte y fría.
“Ok voy a hacerlo.” Terminé la llamada y salí de la cama a buscar una toalla. La dejé tendida sobre una silla y salí al patio de mi casa, de cara a la lluvia. Me mojé hasta que toda la ropa se volvió pesada y se me quedó pegada a la piel. Cuando volví a entrar a la casa me quité todo y me sequé. Me tiré en la cama y caí rendida entre el calor que quedaba en las sábanas.
Parte 4
Me quedé pensando en aquel aguacero y su efecto por varios días. El agua helada me cayó como rayo y cuando encontré el calor entre mis sábanas caí en un sueño profundo que me llevó tranquilamente hasta la mañana. Después de que hablé con Ricardo esa noche, no lo he vuelto a llamar. Tampoco ha vuelto a llover. No he hecho mucho más allá de mi rutina casi hipnótica, pero hoy decidí empezar un diario. Por eso de no volverme loca por estar viendo tanto el televisor. Como me encanta el condenao, pero después de esa última ideíta de llamar a un extraño a las tres de la mañana me empezó a dar un poco de susto que se me fuera a ocurrir otra parecida por estar viéndolo tanto rato. Aunque no resultó ser tan mala. Yo no sé qué fue pero después de aquel chapuzón no me siento tan igual. Siento que camino diferente, como si algo se hubiese aflojado y creo que me gusta. Siempre he pensado que soy una pendeja. Espera no, es mejor que no diga eso más, estoy empezando a sospechar que no es cierto.
Hoy no he visto televisión. Me puse a recoger el cuarto extra que tengo en la casa. Pensé que sería bueno tener otro espacio para estar y escribir en el diario. La cuarentena la extendieron un mes más así que mejor me invento algo que carajo. En la habitación estaba el escritorio de la universidad que hacía un año que no veía porque ya me gradué. Lo limpié y boté un chorrete de papeles y porquerías. Ahora que todo se veía mucho mejor me sentía más clara. Encontré tape en una de las gavetas y se me ocurrió que después pudiera pegar algunas fotos en las paredes.
En la noche me senté en el escritorio con un deck de cartas de casino. Abrí mi laptop y en duckduckgo pregunté cómo jugar solitaria. Desde pequeña veía como mis tíos jugaban en la computadora y cuando ganaban todas las cartas salían propulsadas en diferentes direcciones como slinkies. Cuando me sentaba a intentarlo no entendía nada y ver las cartas volverse locas de victoria no resultaba tan fácil como lo hacían ver mis tíos en casa de abuela. Hoy siento que todo es muy distinto y que las cartas sí van a saltar.
Las instrucciones del juego parecían simples. Acomodé las cartas en su debida configuración y por unos minutos todo parecía ir bien. Hasta que ya no supe qué más hacer. Seguía sacando cartas de tres en tres una y otra vez. Abajo en las columnas de orden inquebrantable no podía mover nada más. Las cartas que sí podía usar eran las segundas que me salían en el desfile de tres y solo podía llegar a ellas si usaba la primera. Pero nada encajaba con nada. Seguí cogiendo las mismas cartas de tres en tres cada vez un poco más rápido, un poco más desesperada, un poco más incrédula. En ese momento bien pude haber tenido seis años otra vez, porque me sentí exactamente igual. Era la misma confusión. No lo podía creer, pensaba que ya de adulta iba a ser fácil. Dejé de coger cartas y me quedé en blanco. Hasta que pensé que, después de todo, las cartas no iban a saltar porque una vez más no estaba encontrando la manera de ganar.
¿Y si las hago saltar de todos modos? Las recojo y las tiro como confetti que se joda. Aunque el reguero después… recoger cartas del piso…
Me levanté y tiré las cartas hacia arriba como confetti. Las sentí rozar mi cabeza y las vi esparcirse por todos lados. Reuní las que estaban más cerca de mí y las volví a tirar y a tirar. Fui consciente en todo momento de que algo dentro de mí ya no era igual. Era como si de alguna pequeñísima manera me estuviera posicionando en otro ángulo ante mi universo. Con una nueva disposición a afrontar mis propias experiencias y romper mínimamente con la parálisis que a veces no me deja respirar. Mi vida me ha llevado hasta este momento, hasta este cuarto de mi apartamento en el que trato de aprender a jugar solitaria de una vez y por todas como un aparente acto de redención. Para luego sentir una frustración que justo antes de volverse asfixiante se decantó en un impulso masivo de tirar las cartas al aire. Seguido por la pesadez de pensar en las consecuencias, hasta de alguna manera desembocar en la más clara revelación de que simplemente hiciera lo que me diera la gana. Eso era todo lo que tenía que hacer y así fue.
Después de que me cansé de tirar las cartas al aire me quedé mirando el desorden a mi alrededor un rato. Con la mente en blanco empecé a trazar líneas imaginarias entre carta y carta hasta darme cuenta de que estaba haciendo lo mismo que hago cuando miro las estrellas. Involuntariamente empiezo a trazar mis propias constelaciones y puedo estar horas mirándolas en la paz del presente. Me levanté y me asomé por el balcón para mirar el cielo. Me volví a acordar de Ricardo y pensé en llamarlo más tarde. Miré el reloj y eran las nueve de la noche. Concluí que era muy temprano todavía y regresé al cuarto. Al final, recoger las cartas del piso no estuvo tan mal como lo había anticipado.
Parte 5
Al rato después de mi fiasco con las cartas me fui a dormir. Sin el televisor y sin más quehaceres por lo que restaba de día, de momento me empecé a sentir como en un lapso de tiempo vacío. Como si hubiese llegado a la entrada de algún territorio desconocido, pero no quise indagar y decidí irme a acostar. Antes de irme a la cama me di un baño largo. Me bañé con agua caliente primero y cuando terminé todo fui alternando la temperatura hasta que el agua terminó por salir totalmente fría. Me dejé arropar enteramente y a los segundos sentí mi cuerpo temblar. Con los ojos cerrados apreté mis brazos contra mi pecho. Mi respiración se volvió profunda y permanecí así, suspendida en otro espacio. Cambié otra vez gradualmente al agua caliente y sentí una inmensa sensación de alivio; tanto alivio que bajé la guardia y me entró un pensamiento. Ahí fue que me di cuenta de que debajo del agua fría encontré algo que no sabía que estaba buscando. Cambié por última vez al agua fría y ahí me quedé unos minutos desconectada de mi mente. Así mismo me tiré a la cama a dormir. Desperté en algún momento de la madrugada y di varias vueltas entre las sábanas hasta sacudir el sueño que me quedaba. Me resigné a quedarme despierta y miré la hora en el celular. Eran las 2:40 am. Por supuesto que iba a llamar a Ricardo.
Marqué su número a las tres de la mañana pensando que a lo mejor esta vez no iba a contestar.
“Flor de junio dígame su orden”. Me dijo la voz inerte y algo dentro de mí hizo snap.
“¡Uuuh! Voy a querer un Hot Roll, un Philadelphia Roll, un Crazy Roll, un Spicy Salmon Roll, un arroz mediano y un mofongo con carne frita por favor.” Dije quizás un poco muy entusiasmada. Al otro lado Ricardo se quedó callado por varios segundos.
“...Ok, ¿algo más en su orden? ¿Unos Spring Rolls?
“No está bien, gracias.”
“¿Algo de tomar?”
“Una Medalla.”
“Ok, ¿algo más? ¿Sopa de miso?”
“Sí suena bien.”
“Ook serían $59.67. ¿A nombre de quién?”
“De Haydee.”
“Puedes pasar dentro de 25 minutos gracias.” Y luego un breve silencio.
“Tú no te comes todo eso.” Me dijo con voz de sonrisa.
“En medio día sí. Eso fue lo que me pedí el día que me llegó el desempleo. Bueno sin la sopa. Esa me la vendiste.”
“Wow, ¿quién eres y qué quieres?” Se oía como incrédulo, pero era la verdad. Me comí ese banquete yo sola y me lo comería cien veces más.
“Me desperté sin sueño y pensé en saludarte. Para ser sincera estaba esperando que no contestaras, pero aquí estamos y suenas inusualmente alerta otra vez. Estoy empezando a pensar que no duermes.”
“Duermo, pero tengo un horario un poco diferente que ha hecho que tengas suerte con estas llamadas.”
“¿Duermes de día y estás despierto de noche? Tengo un abuelo que hace eso.”
“No necesariamente. Limito mis intervalos de sueño a cuatro horas. Usualmente paso como ocho horas despierto y luego duermo un poco. Soy bastante flexible con eso, todo depende de lo que esté haciendo.”
“¿Y qué haces?”
“Terminé de hacer unos handstands hace poco. Iba a hacer unos ejercicios de respiración después.”
“¿Siempre haces ejercicio a esta hora?”
“Si estoy despierto sí.”
“¿Y nada más?”
“Bueno y lo que se me ocurra. ¿Por qué me llamas a esta hora?”
“Ya es tradición. Eso sí, no pensé que fuera a ser esta noche. Me acosté a dormir horita pensando que despertaría en la mañana pero pues…”
“Ok, ¿y las otras veces?”
“Aaah eso es un cuento largo, mejor déjate llevar.”
“....Ok…”
“¿Tú sabes jugar solitaria?”
“Sí, es fácil, ¿por qué?”
“Es que anoche estaba tratando de jugar después de muchos años y me seguía quedando estancada sin poder mover ninguna carta. Creo que debo estar haciendo la estrategia mal porque mucha gente gana y no entiendo. Mis tíos lo jugaban a cada rato en la computadora cuando era pequeña y siempre ganaban.”
“Sí sé cuál dices. Yo jugaba ese mismo y siempre ganaba.”
“¡Agh! ¿Tú también? No puedo creerlo, no entiendo”
“¿Estabas sacando las cartas de arriba de tres en tres o de dos en dos?”
“....de tres en tres…”
“A lo mejor si las sacabas de dos en dos te resultaba más fácil.”
“¿Y eso se puede?”
“Sí.”
“Joder, eso era todo lo que necesitaba. Siempre era la segunda carta la que podía mover.”
“Ya sabes.”
“No vi eso en las instrucciones.”
“En la computadora es un setting que puedes cambiar.”
“Estaba jugando con cartas de verdad. Que terminaron volando por cierto.”
“¿Cómo que volando?”
“Que las tiré, las tiré todas al aire.”
“¿Te volviste loca?”
“Probablemente. ¿Te acuerdas de la última vez que te llamé? Que había empezado a llover.”
“Sí me acuerdo. ¿Qué hiciste? ¿Saliste a mojarte?”
“Pues sí, creo que ahí fue que me empecé a volver loca. Desde ese entonces me siento diferente, no sé bien cómo explicarlo todavía.”
“Hm… Tenía una maestra de tai chi que me decía que cómo haces algo así haces todo. A lo mejor el haber hecho algo de una manera tan distinta se está empezando a reflejar en otras cosas.”
“A lo mejor… tiene sentido. ¿Así que practicas tai chi?”
“Hace un tiempo. Ya se me olvidaron muchas cosas. Lo que sigo practicando son los estiramientos. Tengo muchos ejercicios que me gustan hacer.”
“A mí no me gusta el dolor del ejercicio, me desespera. La idea de hacerlo sí me llama la atención. Juego mucho con las ideas.”
“Simplemente tienes que hacerlo y buscar una manera de que sea más llevadero. En mi caso es mantener la mente lo más en blanco posible y estar en el presente, en donde quizás sientes dolor, pero no sufrimiento.”
“Interesante…suenas como una especie de monje.... ¿Lo eres?”
“Yo pensaba que sabías. Después de todo, eres tú la que has estado llamando. Que por cierto, ¿cómo tienes mi número? ¿Nos hemos conocido?”
“No estoy segura. ¿No crees que es más divertido no saber?”
“Supongo…”
No supe qué más decir y me quedé en silencio. Desde su lado del teléfono no podía distinguir ningún sonido particular.
“Me tengo que ir.”
“Ok, adiós.”
No escuché ninguna respuesta y cuando miré la pantalla del celular vi que había colgado. Así que entonces podía sacar las cartas de dos en dos… decidí intentarlo una vez más cuando amaneciera.
Parte 6
Aquella mañana que me senté a practicar solitaria gané en el primer intento. Gané también el segundo y el tercero. En la cuarta ronda se me volvió a trancar el bolo. Aun así, sacar las cartas de dos en dos lo hacía mucho más manejable, tal como lo había dicho Ricardo. Aprendí que aparentemente existen probabilidades de que el juego no tenga solución, pero tres victorias fueron suficientes para restaurar mi confianza.
Pasé los meses sin ver televisión y cada vez que llovía salía afuera a mojarme hasta que se volvió casi una reacción automática. Seguí escribiendo en mi diario todos los días y descubrí mucha música que me hizo compañía. Por las mañanas leía algún libro, en las tardes cocinaba, hacía lo que me daba la gana y por las noches me iba al balcón a ver el cielo. En las redes sociales me fijé que ya no estaba la cuenta de Ricardo y me dieron ganas de hacer lo mismo con la mía y desaparecerla. Frecuentemente pensaba en él, pero ya no me encontraba despierta a las tres de la mañana para llamarlo y hacerlo a cualquier otra hora se me hacía extraño. A las diez de la noche me iba a la cama y me despertaba a las seis de la mañana en un segundo. Mis días hicieron su propio ritmo con mi nueva disposición y mis nuevas actividades. De todos modos lo recordaba, específicamente cuando me encontraba debajo de la lluvia. O cuando se me ocurría hacer cosas que normalmente no pensaría, como rodar por el patio, pintarme la cara como alguna criatura fantástica, o poner música y dar un concierto imaginario trepada en el sofá de la sala con la escoba de guitarra.
Dentro de mi pequeño mundo en cuarentena me encontré con una voluntad firme para expresarme que no tenía antes y que me tomaba de sorpresa casi todos los días. Se apareció sin duda desde que hablé con Ricardo en medio del encierro y ahora que pensaba todo esto sentía ganas de llamarlo. Miré el reloj en la pared de la cocina y eran las siete de la noche. Agarré el teléfono sin pensarlo y presioné su nombre en la pantalla, pero no hubo tono. Instantáneamente escuché una operadora que anunciaba que el número estaba desconectado. Miré de vuelta la pantalla incrédula. Volví a llamar y me encontré con el mismo anuncio, con la misma sensación de barrera inquebrantable. El número simplemente había sido desconectado.
Solté el celular y me senté en la mesa. Ricardo estaba fuera de mi alcance. Mi cabeza de momento se sentía pesada y no lo podía creer. Mientras tanto, en la ventana estaba el lagartijo que siempre se asomaba a esta hora. Me quedé mirándolo y de repente quise estar afuera. ¿Y si me montaba en el carro y guiaba hasta Rincón? Mejor no, me tardaría dos horas en llegar, ya era tarde para eso, el toque de queda era hasta las diez de la noche y de seguro me iba a coger de regreso. “Pues entonces no vas a dejar de ser pendeja”, me dijo la voz de Ricardo y eso fue suficiente. Cogí las llaves del carro y me fui a Rincón. Que se joda el toque de queda.