La carretera de la playa
Acababa de conectarme a jugar Playstation online cuando Silvina se apareció por mi puerta, inquieta y electrificada por su propia energía. Su presencia en el cuarto traía sensación de tornado. Silvina es una de mis housemates.
“¡Adán! ¡Vamos a dar una vuelta por la carretera de la playa!”
“Estoy jugando online, no puedo ahora.” Le dije con la mirada de vuelta al televisor.
“Adán dale dale dale por favor” Me dijo mientras se movía como un resorte, apoyándose sobre los falanges de sus pies. Tengo que admitir que Silvina a veces tiene el comportamiento más aleatorio de todas las personas que conozco.
“Cabrona que no voy a salir, estoy online. Dile a Kiara.”
“Quiero ir en tu carro y Kiara no está aquí.”
“Pues ve tú, te lo presto.”
“Cabrón te pago, solo necesito que pasemos por esa calle.”
Me imaginé que podía terminar en esto. Cuando le da un culillo con hacer algo mueve el cielo y el mar. Hace unas semanas pasó una escena similar y terminó dándome $15 para que la llevara a buscar no sé qué a la casa de alguien. Quizás sueno como un monstruo por haber aceptado su dinero, pero aquella vez eran casi las 2am y estaba por irme a dormir. Hice un análisis rápido de mi estado actual. No me quedaba mucho dinero en la cuenta y el carro tenía menos de un cuarto de gasolina. Si hacía lo que Silvina quería, podía echarle algo al tanque del carro y pasar la semana.
“Está bien. Pero estás del carajo Silvina, de verdad que no quería salir.”
Hizo un bailecito y desapareció de la puerta. Estaba casi seguro de que quería pasar por la carretera de la playa en mi carro para salirse por el sunroof. Llevaba días diciendo que tenía ganas de hacer eso, pero yo me hacía el loco cada vez que la escuchaba y Kiara no decía nada. Me puse un mahón y unos tenis. En el parking ya el carro estaba prendido y ella estaba esperándome dentro. Me monté y salimos en silencio.
Llegamos a la luz que está justo antes de entrar a la carretera. Silvina seguía moviendo su cabeza y sus dedos al ritmo de las canciones que salían en el radio. Me pregunté qué era lo que la tenía tan inquieta. Cambió la luz a verde, hice un doblaje a la izquierda y así entramos a la carretera del delirio de mi housemate. Tan pronto caímos en el carril abrió el sunroof y empezó treparse en el sillón para sacar la mitad de su cuerpo por la capota. Desde afuera me gritó que subiera el volumen del radio. El carro del lado le tocó bocina y se adelantó hasta perderse. Ahora solo quedaba mi carro. Miré el reloj en el dash y eran las 11:32pm. Silvina me gritó que acelerara. El tacómetro marcaba 50 millas, luego 60 millas, 71 millas. Entonces ahí fue que escuché su grito punzante. Le di unas palmadas en la pierna y le grité si estaba bien. La escuché reírse. La miré rápido por el sunroof y estaba con los brazos extendidos estilo Titanic. Tenía los ojos cerrados y el viento movía su pelo como una bandera. Los beats de la música tecno del radio me retumbaban en el pecho. Volví a escuchar otro grito, esta vez más prolongado y gutural. Bajé un poco la velocidad y miré hacia la playa que se estrechaba a nuestra derecha. Solo se veían algunas luces tenues y minúsculas de los botes de los pescadores. Eché otro vistazo por el sunroof y Silvina seguía con los brazos extendidos. Noté sus cachetes brillosos y una lágrima gorda que colgaba del filo de su quijada, a punto de empezar a bajarle por el cuello. Ya había dejado de sonreír y todavía tenía los ojos cerrados. Regresé los míos a la carretera y vi la luz roja del semáforo al final del camino. Cuando nos detuvimos Silvina se regresó a su asiento, se limpió la cara con las manos y se acomodó el pelo. Bajé el volumen del radio y me quedé mirando la luz del semáforo. No estaba muy seguro de qué decir. Cambió la luz y tan pronto arranqué volteó su cara hacia el cristal, viéndolo todo pasar como en un trance.
“¿Te sientes mejor?”
“Sí…”
“¿Otra vez Daniela te dejó de hablar?”
“Ajá…” Me dijo entre un suspiro largo y abatido.
“Silvina… yo creo que a ti te gusta Daniela y por eso te descontrolas así cada vez que a ella le dan esos yeyos.”
“Fo, no me gusta Daniela, no vuelvas a decir eso.”
“Sabes que eso no tiene nada de malo, ¿verdad?”
“No.Me.Gusta.Daniela. No me jodas Adán.” Estaba a punto de llorar otra vez.
“Está bien perdón. Pero Kiara y yo nos hemos dado cuenta…”
“¿De qué?”
“Nada nada… ¿Quieres una cerveza?”
“Ok…”
Más adelante había un puesto de gasolina y me estacioné en una de las bombas. Cuando apagué el carro, Silvina se sacó $15 del bolsillo y me los extendió. Esta vez no los acepté.