La sombra de los aviones
Antes de conocer a Frida yo ni pensaba que los aviones en el cielo tuvieran una sombra. Pero un día que caminábamos de regreso a nuestras casas, luego de la escuela, a la vez que un avión pasó arriba de nosotras, el mundo a nuestro alrededor titiló, casi como si no fuera real y dije whoa. Como si el ente encargado de cambiar la cinta en el proyector que muestra nuestras vidas se hubiese demorado en hacer el cambio lo que tarda el pestañear. Yo di un brinco y quedé inmóvil sobre la acera, Frida estalló en celebración. Me dijo que tendríamos buena suerte y enlazó su brazo con el mío. Seguimos caminando y en el transcurso me explicó que ese era el mensaje que comunicaba ese fenómeno cada vez que se presentaba. Se inventó esa creencia cuando tenía siete años y corría bicicleta por la urbanización, en una zona por la que pasaban aviones todos los días. En cambio, más adelante, cuando pasábamos por la calle Mar, yo le enseñé que un par de tenis colgando de un cable entre postes significaba que había un punto de drogas por el área y eso no me lo había inventado yo. Eso fue algo que le dijo mi hermano a sus amigos un día que me tocó caminar con ellos de regreso a casa. Pensé que a lo mejor eso podía significar mala suerte pero no dije nada.
Tiempo después, el fenómeno de Frida se me empezó a presentar casi a diario. La sombra de algún avión me cruzaba cuando menos la esperaba. Cada vez me provocaba el mismo sobresalto y aunque ya no me paralizaba, todavía pensaba en proyectores y cintas, en la buena suerte y en Frida. Era inevitable notar que a mí nunca me habían importado los aviones ni sus sombras, pero ahora las veía. Aquella tarde, Frida introdujo un nuevo elemento en mi realidad y se permeó en ella para siempre con tan sólo contarme el secreto de esa ocurrencia inusual.
Ya ha transcurrido casi una vida desde la última vez que vi a Frida y caminé con ella. A pesar de que cuando nos despedimos nuestras puertas se quedaron abiertas, poco a poco dejamos de visitarnos y el polvo se acumuló en los estantes. Entonces, en algún otro día, me vuelve a cruzar de sorpresa la sombra de un avión en el cielo y me quedo unos segundos sin entender si todo esto es un mensaje de Frida, de la vida o de las dos. Al final pienso en la buena suerte y sigo caminando.