La casa del gángster
El 4 de julio fui a la casa del gángster. Se dice que para los años ochenta se encontraron drones de dinero enterrados en la propiedad y fue confiscada. La policía hizo huecos en las paredes y hasta en la piscina pequeña dentro de la casa. No dejaron ni un centavo, aunque me divierte pensar que quizás todavía queden unos cuantos y que el gángster esté sonriendo desde dondequiera que esté.
Llevaba años soñando con entrar y conocerla. Siempre la veía a lo lejos, tranquila y serena trepá en la peña. Me la imaginaba inalcanzable, pero en ese día absurdo, estacioné el carro y corrí hasta la entrada llena de un dominio total. Una vez más me encontré con que todo fue fácil, lleno de una gracia sobrenatural. Encontré el camino limpio y despejado, el castillo durmiente y acogedor, la vista de ensueño. Fuimos una brisa que entró y fluyó por cada recoveco sin dejar rastro. Al final, regresé al carro con la convicción ciega de que la magia existe. Y que si esa misma magia me trae varios millones la gángster sería yo y ese mi castillo.